Libro «Elangel Pulois», Elmer Ruddenskjrik

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Puntuación: 9.0/10 (2 votos)

Título: Elangel Pulois

Autor: Elmer Ruddenskjrik

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346 páginas, editorial Createspace, editado en 2015

El propio autor, Elmer Ruddenskjrik, nos presenta su libro «Elangel Pulois»:

Elangel Pulois es una novela de aventuras sin más pretensiones que la de entretener. Realmente ha sido mi primer intento serio de hacer una novela, con lo que le he dedicado todo el tiempo a escribirla que me podía permitir, procurándole una serie de revisiones de corrección que, sinceramente, han hecho que acabe de ella hasta las narices. No me atrevo a asegurar que sea buena o mala, sólo escribo la clase de historias que me gustaría leer a mí, y con el estilo que me gustaría a mí que me las contaran.

    La idea original de Elangel Pulois era la de una novela gráfica de la que yo escribía el guión y que una de mis hermanas ilustraba. Cuando comprobé que mi hermana, a pesar de su talento, no estaba igual de entusiasmada en el trabajo que ello llevaba, decidí redactar el cómic como una serie de relatos episódicos de los casos que el protagonista resolvería. De ahí, y una vez empezando a escribir, el personaje original (un detective corpulento y alto, siempre envuelto en larga gabardina y con ancho sombrero que le ocultaba un rostro que tenía la cualidad sobrenatural de hacer enloquecer a la gente) pasó sin esfuerzo (y no sé siquiera si con intención verdadera) a ser tres personajes distintos en la novela, cada cual con un pedacito de los rasgos del personaje que iba a ser en el cómic.

    Al tiempo que desarrollaba el argumento de ese primer caso, sin quererlo se me empezó a alargar y a retorcer en diluyente mixtura con la trama del personaje de “el monstruo” que acompaña al protagonista. Y antes de poder pensar en dar marcha atrás ya me había convencido de que, ¿por qué no?, podría seguir tirando con ello hasta darle una extensión de novela.

    Conseguí darle una conclusión que (creo) le da valor como historia propia. Sin embargo, a pesar de estar saciado de releerla, los personajes y el mundo que desarrollé me gustaron lo bastante para haber terminado con la idea de empezar una segunda parte.

    Elangel Pulois es una historia que, de un modo u otro, tiene mucho de mí mismo, tanto en la manera de contar la historia como en la temática misma. Si hay una medida por la que juzgarme, para bien o para mal, me temo que lo es éste intento de novela. Lo menos, espero que entretenga a quien se la haya de leer.

Sinopsis

Elangel Pulois es un nombre que se ha convertido en sinónimo de miedo y misterio, en una nueva fuerza que viene a sacudir el equilibrio de poder entre los miembros del hampa de la ciudad. Sin embargo, no es ese mismo hombre, alguien para nada tan duro ni heroico como se le atribuye, quien realmente acongoja a los miserables, sino su extraño acompañante, un titán de extraordinaria fuerza y bestiales métodos a quien la gente ha dado en llamar simplemente «el monstruo». Elangel Pulois se bate en continua lucha por su supervivencia, progresa como puede como detective privado, la vida que ha elegido, pero el remordimiento y la duda le asaltan de cuando en cuando, sentimientos que no hacen más que aumentar ante la sola existencia de su singular compañero…

Extracto de «Elangel Pulois. El detective y el monstruo»

Mi dolor se ha disipado lo suficiente para poder sentarme en la silla del despacho, que la chica me ha alcanzado. Parece sentirlo de verdad, pero su sonrisa no desaparece. Mi cabeza palpita de dolor al ritmo de mi pulso. Miro a la chica, que me sonríe y me intenta explicar lo del puñetazo, mientras Hardy se pasea tras ella quejándose de las dos puertas rotas y el suelo agujereado. No escucho a ninguno, sólo pienso en los que entraron de esta manera en la consulta de Hardy, en qué pretendían y quienes podrían ser, mientras me froto la nariz con hielo envuelto en un trapo.

— ¡Vale ya, callaos los dos!

Hardy se calla, pero la chica deja de disculparse para reírse otra vez de mí. “Si no pertenecieras al amo ya te habría cruzado la cara siete veces”, le digo mentalmente.

—Te he juzgado mal, tío —dice con un júbilo fuera de lugar—. Eres muy gracioso.

Me pongo en pie de un salto. Ella retrocede al mismo tiempo, fingiendo estar asustada.

—Oye, esos tipos venían por ti, ¿te enteras? ¡Estamos así por tu culpa! ¡Tendríamos que dejar que se te llevaran y asunto arreglado! —le grito mientras avanzo hacia ella, pretendiendo asustarla de verdad, pero me responde haciendo ridículas poses de kung-fu, burlándose de mi furia. Me deja tan alucinado que me quedo quieto—. ¿Qué haces?

—Ella no es la causa, Nasser.

Jones ha vuelto. Nos mira desde el umbral del despacho. Está totalmente empapado en sangre, su chaleco y camisa son prácticamente del mismo color.

— ¿Qué dices? —digo aturdido.

— ¿Estás bien, Jones? —pregunta Hardy.

—Algunos han escapado, Nasser, pero cogí a uno, y aunque no quería hablar, le di motivos para hacerlo. Vinieron a matarnos. No sabían nada de la chica.

—A matarnos… —la incredulidad me deja en blanco—. ¿Quién les envió?

—Dijo que les envió el amo. Y luego se le cayó la cabeza porque le apreté demasiado el cuello, sin querer. —Jones se encoge de hombros—. Así que no me pudo dar más explicaciones.

—Eso no tiene sentido —suelta Hardy, que no deja de pasearse a un lado y a otro del no muy espacioso despacho—. Pero, ¿no es ésta su hija? ¿No dices que os mandó él ir a buscarla?

—Oye, calla un poco —le interrumpo, y me vuelvo hacia ella—. Tú, ¿le has hecho algo, para que quiera verte muerta

Se pone repentinamente seria, un gesto de confusión y enojo. Se ofende. Abre la boca para contestar.

—Nasser —ruge Jones, haciéndonos dejar a todos nuestra verborrea—, no me escuchas. No sabían que ella estaba aquí, no sabían ni que existía. Venían a matarnos a ti y a mí. “El detective y su monstruo”, ha dicho.

— ¿Decía la verdad? —pregunto.

—El creía que la decía, al menos —me contesta.

Me quedo un momento pensando, mientras me pongo otra vez el hielo sobre la nariz con mucho cuidado. Le doy vueltas a lo ocurrido hasta ahora: el amo nos hace llamar a Jones y a mí, con un trabajito más de cazarrecompensas que de investigación; nos dice que un ex—sicario suyo se ha enfrentado a él, secuestrado a su hija y amenazado con matarla, y punto. No más explicaciones. La recuperamos (aunque no es su hija) y manda gente a matarnos sin darnos tiempo a devolvérsela. Sólo se me ocurre que quiere ahorrarse nuestra paga, pero el dinero no es problema para él, y además se arriesgaba a que sus mercenarios la mataran también a ella en su brutal asalto, después de tantas molestias. No, no tiene sentido.

— ¿Tú estás bien, Jones? —insiste Hardy, dejando de pasear y mirando a Jones con los brazos en jarras.

—Sí, abuelo, estoy de maravilla. —Jones tiene su mirada sin párpados fija en mí. Está esperando a ver qué es lo que hago ahora.

—Bueno, pues eso es lo importante. —Hardy se vuelve a la chica, que parece al fin consciente de lo insólito y peligroso de la situación—. ¿Y tú, hija, estás bien?

Ella asiente en silencio un momento. Luego se toca los puntos en la ceja y suelta un humilde y tímido “gracias”, al darse cuenta de que le habla el médico que la ha remendado durante su inconsciencia.

—Bueno, todos bien. Y tú tienes lo que te mereces —y me señala con un dedo acusador.

—Te pagaremos los daños, abuelo —ronronea  Jones, posando sus pupilas elípticas sobre él un momento, para volver a clavarlas en mí—. ¿Qué hacemos, Nass?

—Joder, yo no creo que el amo nos quiera muertos —digo, pero miro interrogante a la chica, que es quien mejor le conoce de los presentes. Ella niega con la cabeza, sabedora de que busco su opinión—. Aquí pasa algo, pero no creo que se trate de traición. La llevaremos a su local. Seremos precavidos y veremos qué pasa.

— ¿Qué? ¿Vais a entrar en el “Patente de Corso” con esta chica apaleada? ¿Queréis que os maten? —dice Hardy, preocupado.

—No —contesta Jones—, está cerrado al público. El amo dijo que no abriría hasta que llegáramos. Nos espera.

—Además, se ven por allí más chicas apaleadas de lo que crees —añado.

— ¿Y yo qué hago? —pregunta, desamparado.

—Puedes ir limpiando esto, y, cuando la dejemos, volvemos y te ayudamos —le doy dos palmadas en un hombro, y me dirijo a las escaleras—. No creo que vuelvan después de cómo los ha espantado Jones, así que no tengas miedo.

Espero fuera, mirando desde la barandilla a los cadáveres del vestíbulo, que yacen en posturas imposibles, como si fueran de trapo. Jones se está lavando y cambiando de ropa, poniéndose algo de lo que tenía Hardy de su talla, para ocasiones en que Jones tuviera que pasar por aquí y lo necesitara.

A mí no me trata así, aunque tampoco quiero. Para Hardy, Jones sí que es como un hijo, aunque pase la mayor parte del tiempo conmigo, o quizá gracias a eso. Porque me pregunto si el insensato terror que a veces me ataca lo sentiría él también de tener que pasar tanto tiempo con Jones como yo, de ser testigo de sus masacres, de notar cómo ronda despierto en la oscuridad mientras uno intenta dormir. Es curioso que nunca haya hablado con Hardy sobre ese sentimiento. Al principio, claro, tuvimos toda clase de conversaciones sobre lo horrible del ser que acabábamos de apadrinar. Cosas como “joder, qué feo es”, “esa boca puede comerse un gato entero”, “la madre que lo parió, de dónde cojones ha salido este demonio”, estaban continuamente en nuestras bocas.

Con el tiempo, nos acostumbramos a él, y al ir creciendo, para no herir sus sentimientos, siempre hemos pasado por alto sus “peculiaridades”, lo cual no era difícil, pues su inteligencia y rápida madurez hacían muy fácil tratarle como a un igual. Receptivo y juicioso, era un ser humano precoz encerrado en un cuerpo de monstruo. Hardy y yo siempre hemos sido de la opinión de que se trataba de un hombre deforme, sin duda abandonado por sus progenitores. Pero también nos dimos cuenta de que sus rasgos físicos no parecían cosa del azar. Horribles, sí, y exagerados demencialmente, como sus sentidos, pero todos ellos enfocados hacia un objetivo que se adivinaba fácilmente: matar. “Como si fuera de una especie diferente de homínido”, había dicho Hardy en una ocasión, “un ser humano con otro tipo de evolución”.

Ahora, con los cadáveres pareciendo levitar hacia mí de tanto mirarlos, recuerdo de pronto esas viejas palabras, y me parece que dejo de respirar, que aguanto sin querer el aliento, imaginando a toda una familia de seres como Jones, vestidos padre y madre para ir a trabajar, y los niños para ir al colegio, sentados todos a la mesa de su cocina por la mañana, devorando vivos a los gatos de sus platos, arrancándoles las patas y colas sin más ayuda que la de sus afilados dientes.

Una presencia junto a mí, algo que me roza el codo, me hace pegar un salto. Suelto una especie de “¡uoh!” espantado, del susto. Es la chica.

—Joder, qué delicado lo tienes, hijo.

Su tono suena a disculpa, a pesar de su manera de expresarse, pero no impide que me cabree su presencia. No digo nada, sólo la miro airado mientras me aliso los lacios cabellos que rodean mi coronilla alopécica, un gesto que sin duda me hace parecer afeminado y cobarde, pero que no puedo evitar hacer cuando me pongo nervioso. Mierda.

Ella se apoya, como yo lo estaba hace un momento, sobre la  barandilla.

—Oye, que no quería asustarte —me suelta como un reproche, mirándome de arriba a abajo—, fue sin querer.

—Ya, como lo de la nariz, ¿no? —le espeto, rígido de mala leche.

Ella sonríe ligeramente, y vuelve su mirada hacia los muertos del vestíbulo. Se gira y sus ojos recorren la sangre esparcida por paredes y suelo.

—Tu amigo es una máquina de matar.

Qué casualidad, como si me leyera la mente.

—Me cae bien, pero no tiene nada de normal.

Me quedo mirándola con los brazos en jarras, desafiándola a soltar más “perlas” sobre Jones.

—Pero, aunque él da miedo, lo que de verdad asusta es que tú seas su amigo, que trabajes con él.

Esa salida no me la esperaba, tengo que reconocerlo.

—Por lo que él me ha contado, tú y ese viejo habéis estado cuidándole y ocultándole del resto del mundo todos estos años. ¿Con qué propósito, si puede saberse? Criáis a esa trituradora viviente, le educáis, le enseñáis a comportarse como una persona, le enseñáis a usar armas de fuego, vais dejando que aprenda y empiece a apreciar el acto de matar gente… No esperarás que me crea que lo haces por su bien, ¿no?

—Oye, si insinúas que le utilizo para mi beneficio, te equivocas. Él se empeñó en…

—Sí, sí, ya lo sé —me ataja levantando una mano—. Ya me contó lo que le costó convencerte de que le dejaras trabajar contigo.

Se queda callada un momento, y yo también. Me mira, como estudiándome, y pone cara de saber algo que nadie más sabe.

—Dime —comienza—, si no come, ¿de qué se alimenta? Porque para él no hizo desayuno…

—Sí come —la interrumpo, enfurecido—, pero no como nosotros. Se alimenta muy de vez en cuando, y de comida normal, como tú y yo. Ni Hardy ni yo nos explicamos su metabolismo, pero así es.

La chica parece dar la conversación por terminada, satisfecha su mórbida curiosidad, supongo. Pero, mirando al suelo, empieza a decir más.

—Sabes, puede que os haya engañado, o que hasta se haya engañado a sí mismo, pero esto no va así. ¿No has notado cómo nos mira a todos? Parece que esté calculando el peso en carne de cada uno. Semejante bicho no subsiste comiendo tortitas de vez en cuando, al menos no por mucho tiempo. Dime, ¿cuándo comió por última vez?

Doy por supuesto que semejante impresión tiene que ser común en cualquiera que acabe de conocer a Jones, pero sus palabras despiertan mi imaginación. Veo una familia de seres como Jones, todos sentados a la mesa, desayunando. Mastican gatos vivos. Jones hace de padre. Me mira, y me dice en un gorjeo divertido: “Vuelve a la cama, ¿quieres?”

Sobre el autor, Elmer Ruddenskjrik

Realmente carezco por completo de lo que se pueda llamar un currículo de autor, con estudios cursados y diplomados en relación con la literatura, la información o todo lo que tenga que ver con el arte de la comunicación escrita en general. Tampoco he participado asiduamente en concursos de relatos o novelas, salvo en alguno que otro de menor categoría y sólo para poder usarlo como excusa para un nuevo desafío de mi gusto, ya fuera por cuestión de la temática propuesta o por las limitaciones impuestas. Del mismo modo, no he ganado ningún premio de relevancia para una carrera de literato, y todo lo que tengo a mis espaldas como autor es más de una década de redacciones a escondidas del mundo, escritas y “reescritas” con una escrupulosidad de psicópata, inmerso en una obsesión (quién sabe hasta qué punto infructuosa) por refinar unos cuentos de los cuales yo mismo soy, generalmente, todo el público lector…

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